“El lunes pasó por tu casa”. Me dijo ella con el insomnio que deja estar toda la madrugada dándole a los tragos. Yo, supe que no iba a ser así, ella no iba a pasar el lunes, ni por mucho que tuviera ganas. No habló de que haya tenido otros ejemplos, ni sea un experto en el juego y sus leyes. Solo que, sabía muy bien, lo mal que habíamos estado en esa felicidad. Cuando me metí en la cama, sonó dos veces el celular. Tenía dos mensajes. Me aferré a las sabanas y, desde las tinieblas, desde esa fantasía que era la noche eterna, cerré aun más los ojos. La primavera, siempre la primavera. Como que uno quiere convencerse y, por más que haya sido un largo día, es primavera. Todo florece, poseído, sin excusas, con los nervios crecidos.
“La validez de no tener esperanzas puede ser una obra de arte”; me dije. Y más allá de las cosas, no tenía una forma concreta: como toda aventura.
“Yo puse las trampas, yo soy el único que puede caer entonces”; repetí hasta que me quedé completamente dormido. Puede que los días cambien, y nada sea igual; pero no es casual que lo inesperado siempre este a nuestro lado. Esa sombra, esas arenas movedizas que son invisibles y el tiempo las deriva en lo surrealista de nuestra vida.
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