Arropados por el amor estábamos. En esas noches de toda la noche, yendo por las calles hasta parar en la plaza. Bebíamos cerveza, fumábamos y comíamos ahí. Éramos errantes, éramos felices. Pueda que el diablo salve esos recuerdos de la mala leche de dios. Siempre con los ojos bien abiertos, siempre queriéndonos.
La ciudad ha cambiado, los personajes se murieron. Desde entonces hasta hoy, nadie ocupo el lugar que ellos dejaron. Hoy, camino por esas calles y regreso a una plaza que ya no es, ya no está. Entonces, trato de imaginar, y en ese imaginar puedo tirar bien los dados y volver a llenar la pagina en blanco.
“Cuatrocientos músculos me estás haciendo mover, vida”, dijo ella como podía, como la dejaba la risa. “Ahora pone cara de Santo Biazati, que vamos a sacar una foto”, dije a gritos. Y ahí estábamos en ese verano del dos mil dos, después de vivir la película de terror del veinte y veintiuno de diciembre.
Jarana corría por la plaza tras una paloma que jamás iba alcanzar. “Mira”- me dijo-, “mira a los animales vivir, que maravilla. La risa debe ser lo único que nosotros tenemos y ellos no, sabes lo que serian si pudieran reír”; dijo ella, poniéndose seria, y rompiendo nuevamente a reír. La bese y sentí fuertemente estar vivo, sentí que ahí había una reconciliación con la vida…después…Detrás de ese fósforo se esconde un gran incendio
jueves, 4 de septiembre de 2008
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